sábado, 6 de octubre de 2007

POR MI RAZA


Más allá de la polémica salida policiaca a la prolongada huelga universitaria en febrero de 2000, tirios y troyanos coinciden en que la labor de Juan Ramón de la Fuente al frente de la UNAM ha sido de gran trascendencia. No sólo logró que la institución educativa más importante del país alcanzara de nueva cuenta niveles de excelencia académica (labor nada fácil después del golpe asestado por el conflicto estudiantil), así como preservar su carácter público y gratuito, sino que, lo más importante, fue rearticulando poco a poco un tejido social profundamente deteriorado por la polarización y las heridas abiertas con la huelga y con la entrada de la Policía Federal Preventiva. Tarea nada fácil pero que se logró en gran medida también por una comunidad universitaria que está consciente del legado que representa dicha institución, de su aportación invaluable a la investigación, la docencia y la cultura, y de la necesidad de preservar su carácter de masas sin que esto signifique sacrificar su calidad académica. Sin embargo, a propósito del proceso de selección del nuevo rector que se desatará en los próximos días, es indispensable reconocer las asignaturas pendientes que deben ser una tarea impostergable si se habla ya de una Universidad del siglo XXI. La aspiración de un Congreso Universitario que discuta democráticamente nuevas formas de gobierno que pongan a la Universidad a la altura de un país plural, sigue siendo una necesidad y, justo es decirlo, un compromiso no cumplido por el actual rector. Las formas decimonónicas para elegir a las autoridades universitarias son un lastre para una comunidad que se ha caracterizado por su amplia participación en los procesos sociales, por abrir puertas y sembrar espacios democráticos, muy especialmente en 1968 y 1988. El que 15 notables decidan quién debe conducir una comunidad de casi medio millón de personas es absolutamente contradictorio con su aportación histórica y profundamente anacrónico si se considera que la UNAM ha pugnado históricamente por la democratización de un México controlado por un solo partido.La nueva elección del rector no corresponde, pues, a un país que ha avanzado en reconocer su diversidad política, luchado (no sin problemas) por el sufragio efectivo, y que construye sus instituciones a partir de la legitimidad del voto. En una comunidad tan amplia no es posible que sólo unos cuantos (por muy meritorios que sean) decidan a nombre de todos. Desde luego que este procedimiento se ha defendido por esas élites universitarias bajo el argumento de que se consulta a sectores de la comunidad. Pero este proceso estrictamente formal se reduce a un grupo minoritario sin posibilidades de que el conjunto de los universitarios discutan, no a las personas, sino a los proyectos que proponen para seguir consolidando dicha casa de estudios, modernizarla y proyectarla con fuerza en los albores de este nuevo siglo. Juan Ramón de la Fuente puede terminar su rectorado como lo inició. Con audacia, con diálogo, con iniciativa, con la implementación de nuevas formas que rebasen la discusión formal de lo que establece una Ley Orgánica que data de la segunda mitad de los años 40. De la misma manera que se planteó la realización de un referéndum para que la comunidad se expidiera sobre la huelga que tanto daño le estaba haciendo, de igual modo se pueden poner en práctica mecanismos informales de consulta que involucren a la mayoría de los universitarios y que pongan en el centro el debate sobre la universidad que necesita el México de hoy. Una universidad autónoma, pública, de excelencia, moderna y democrática, y con un gran compromiso social. Sólo así se le puede rendir homenaje, ahora que se van a cumplir 40 años del movimiento estudiantil del 68, a otro gran rector, Javier Barrios Sierra, que con toda claridad dijo: “Viva la discrepancia que es el espíritu de la Universidad”.Ser… o neceserCómo dijo Ciro Gómez Leyva: no puede soslayarse que hay algunos caras duras en este debate sobre los poderes fácticos. Los que hoy se rasgan las vestiduras nada dijeron cuándo la misma televisora que hoy cuestionan promovió prácticamente el linchamiento de Cuauhtémoc Cárdenas a propósito del asesinato de Francisco Stanley. En aquella ocasión lo único que mostraron fue una mueca complaciente.