sábado, 6 de octubre de 2007

LATINOAMERICA DESDE LAS ALTURAS

Desde la época de los incas, hemos creído que brotamos del suelo igual que las semillas, que la vida en este mundo alberga la promesa de la abundancia o la angustia de una sacudida sísmica. La Tierra puede alimentarnos o destruirnos. Somos al mismo tiempo los herederos malditos y benditos de una tierra cruel y generosa. Quizá por esa razón los incas adoraban al Sol, los mayas construían escaleras dirigidas al cielo y los conquistadores trepaban las montañas para clavar crucifijos en las cimas. Deseamos desprendernos del abrazo del continente; que nos salgan alas, volar. Anhelamos ver a través de los ojos del cóndor.
Entonces, imaginemos a esta escritora peruana, que se siente más cómoda con los pies en tierra firme, unida a la expedición aérea de un fotógrafo para contemplar su hogar desde las alturas. Sobrevolamos el Callejón de Huaylas, un verde cañón que se abre camino entre dos cordilleras: la majestuosa Cordillera Blanca, de nevadas cumbres, y la ondulante cadena oscura de la Cordillera Negra. Esta es la cuna de los chavín, una de las civilizaciones conocidas más antiguas de Perú, cuyas avanzadas nociones sobre la agricultura aprovechó posteriormente el genio creador de las culturas inca y mochica (Qosqo, palabra con la que los incas designaron a su dominio en Los Andes: el ombligo del mundo). El Callejón también se encuentra en la cadena montañosa que ostenta uno de los picos más altos de Sudamérica, el espectacular Nevado Huascarán, que con su cumbre de 6 770 metros reina sobre el valle y cuyo hielo y nieve se han turnado para alimentar y extinguir toda forma de vida en sus faldas. América Latina está llena de tales paradojas. Los picos de los Andes no están muy lejos de la impenetrable bóveda del Amazonas, donde cada noviembre el suelo se inunda por las crecidas y los jaguares se ven obligados a nadar junto con los delfines rosados. No fue sino hasta que volé a una altura de 1 500 metros cuando pude apreciar la cercanía e interdependencia entre esas topografías. Unos minutos en el aire pueden llevarnos desde los vernales acantilados de la franja costera de Lima hasta el desierto de Chan Chan batido por el viento, lugar donde se desarrolló la magnífica ciudadela de los chimú; o desde las inclementes montañas rocosas que los españoles tuvieron que escalar para llegar a los verdes valles de Cajamarca. Todos ellos, interconectados. Un solo territorio.

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